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Sinopsis

“Viento o no, ola pasada no vuelve, ni hay cien años que la resista, decidí madurando romper las cadenas que me ataban al puerto de mi condena y alargué la mano meticulosamente hasta sacar el móvil de mi precioso bolso. Y en lugar de permanecer ajena a mi historia, por vez primera me propuse contarla. Las circunstancias del guion lo venían exigiendo y era una señal que yo interpretaba como realmente positiva no quedar varada de nuevo en los obstáculos, en las conversaciones banales de que lo que estás contando no es un problema grave para ti, en restarle importancia al amor, olvidando forzadamente donde el corazón no manda y donde más te hiere, la parte más interna de mi fuero trasvasada paso a paso también al alma entera y por ello ya sobrepasara límites insospechados hacía la década...”
Estas son las palabras de Silvana, que tiene un amor secreto y nunca antes se había atrevido a decirlo . Algo que cambiará su vida.

¿No lo sabes?

Capítulo 1

En el momento en que una señora gruesa me salpicó con el agua de su traje de baño, desperté de un angustioso letargo. Allí, recostada sobre mi toalla de Britney Spears, di un pequeño salto que terminó en sobresalto. Al lanzar un grito, la bañista próxima, que no se había percatado por completo de mi presencia pisó lo que probablemente debió ser mi peroné lateral. Por suerte no llegó a rozar mi tendón de Aquiles, aún convaleciente tras la excursión a la que mi hija me había llevado hacía una semana (las hijas adolescentes suelen pensar que las madres cincuentonas siguen en completa forma cual veinteañeras). Algo sudorosa, la perdoné rápido, pero todavía sumida en los pensamientos que me habían embargado sobre ese raro planeta, del que habría seguido narrando en ausencias de no haber sido despertada a tiempo… Indudablemente había sido un año laboral bastante intenso y parece que había dejado mella en mi subconsciente.
  —No se preocupe, no me ha hecho daño, tan sólo me espabilé bruscamente al caerme algo de agua sobre la cara. Me había quedado dormida, debo de llevar así una hora o más, soñando... Creo que he tenido una pesadilla. Y hay que tener cuidado de otras cosas, el sol está pegando de lo lindo, noto que me hierve la cabeza, seguro que tengo enrojecidos hasta los párpados. Separándome ligeramente de ella comencé a recordar las palabras de mi sueño, confusa:

  «Había una vez un planeta llamado Intransigente. En él vivían naturalmente intransigentes. Dicho planeta estaba también regido por la intransigencia. Para hacernos una idea debemos saber que cada jefe tenía un intransigente subordinado y en una sucesión inconstante de intransi-violavilidades cada individuo organizaba a su modo su intransi-dominio, lo que traía consigo que cada uno se sintiera intransigensensible o se empeñara en ser el intransi-centro.
  De esta manera, era matemáticamente imposible ser diferente al resto, en cuanto a que una rebelión contra el intra-si-sistema se cuestionaba intransi-no-viable, al dar por hecho que cualquiera de sus componentes se manifestaba similar en este sentido y conforme a la particular intransi-ética filosófica imperante. Desde sus comienzos el planeta Intransigente fue así, en una delimitación que se extiende por millares de años.
  El trozo de tierra del que hablaba mi sueño había atravesado por varias etapas, y aunque no se sabía con seguridad cuándo surgió, algunos seres evolucionaron en su divergencia: hubo quienes se empeñaron en continuar en sus trece y quienes desearon adquirir una personalidad ajena a ser un intran-si-epicentro de otros. A estos últimos especialmente se les planteaba la problemática de cómo salir de su propio empeño desprendiéndose de las mismas debilidades que el resto. Y todos, en su conjunto, a partir de las palabras, de los intran-si-textos y las intrasi-informaciones explicaban sus posturas, las discutían o se peleaban por ellas sin ni siquiera querer saber nada de las ajenas. La cuestión era reiterativa por la controversia que en sí misma planteaba.
 En el intransi-dilema de deslindarse de este planeta Intransigente ocurrieron hechos de absoluta transcendencia dentro de sus límites y al tiempo insignificantes para el resto de planetas fugaces.
  Nunca nadie logró demostrar qué había más allá de todos esos límites, si bien los esfuerzos siempre se concentraron en este empeño. Nadie que pretendiera ser un descubridor daba respuesta a numerosas incógnitas, porque la dificultad residía en que ese mismo empeño se convirtió en un acto de intran-si-prepotencia e intransi-soberbia. En el planeta Intransigente hasta las mismas observaciones habrían sido la propia invención de los intransi-integrantes de su conjunto.
  Me espantó especialmente el caso de personas intransi, porque algunas de ellas desaparecieron debido a su carácter perecedero. En un primer momento del sueño me surgieron imágenes de algunas de las acciones que se emprendían en el dichoso planeta persiguiendo una supuesta liberación de trayectorias... Posteriormente, sólo al término de la narración, surgieron intransi-genciones.
  Comencé visionando a un médico ya fallecido hacía muchísimas décadas y al que le puse por nombre Doctor X que emprendió un viaje a Superyo. Allí parece ser que conoció a la mujer de su vida y tuvo dos hijos con ella, un varón y una hembra. Una de sus fijaciones consistía en escribir cartas a los más altos mandatarios de Superyo. En ellas expresaba las quejas sobre aspectos que consideraba injustos socialmente y sobre aquellos que afectaban a su gran vocación médica. En una ocasión llegó a mandarle una carta a un tal Representante S, en la creencia de que le sería rápidamente entregada, suponiendo que quien escribía devotamente una redacción del tipo no estaba sujeto a nimia demora. En sus referencias expresaba las siguientes preocupaciones:

  “A la atención del Representante S:
  Excelentísimo Gobernante Máximo del planeta Intransigente:
  Me dirijo a Vuestra Representación no para contaros las infra-humanidades de una guerra sino para hablar de Derechos. Antes de que esta comenzara no existían más que los indicios premonitorios de la revolución científica que cambiaría completamente el panorama de la medicina clínica. Nadie predijo entonces que siendo yo aún un joven científico, me encontraba ya en activo, a diferencia de la mayoría de compañeros de mi edad y sería uno de los primeros en saber. Los jóvenes practicantes de ese período casi no percibieron que incluso el termómetro clínico era una innovación relativamente reciente, pese a que podían recordar a partir de su propia infancia el revuelo suscitado por el modesto Físico S y durante sus años de estudiante fueron quizás aliviados por algún método sencillo y fiable para estimar el contenido de azúcar diluido en sangre.
  Y no me cabe duda de que tenían constancia de la muerte sin ninguna visión profética, por ello no podían haber previsto cómo los truenos sacudirían al planeta ni tampoco se daban cuenta de que barrerlos serían los cambios en su propia profesión. Pronto nos inundó el desánimo y la desesperación, al no encontrar salida espiritual en ninguna de las acciones que emprendíamos. Sin ir más lejos, las mías consistieron en ayudar a los heridos del campo de batalla. ¡La guerra entre intransigentes y la rebelión populista fue terrible!
  Cuando logré recobrar algo de fuerzas me encerré durante horas en mi laboratorio y sentí la necesidad de probar y medir nuevos experimentos. ¡Eso es lo que animó de nuevo al personal clínico! Y aunque los métodos fueron menos empíricos y más científicos o teóricos, aunque había sido evidente que la ciencia del médico de cabecera no podía limitarse a variables dentro de una fórmula o a sopesar lo imponderable. Así hice, convencido de que hasta los más románticos, que arrinconaban a la ciencia en un particular país de hadas, acabarían admitiendo que sus exploradores a veces rendían homenaje al santuario cómodo de las necedades que ellos mismos recelaban de pronunciar. Por supuesto, las bendiciones traídas por estos cambios (que incluso llegué a lamentar debido a que anulaban cualquier pizca de tiempo libre) constituían el centro de gravedad de la medicina y se movían cada vez más desde el hogar a la clínica hospitalaria. Aquí los grandes dones de los métodos modernos de investigación y los terapéuticos bajo control se podían aplicar con el máximo de eficiencia y mínimo de riesgo. De hecho, esto último constituyó un hecho importantísimo: no habría riesgos en las exploraciones audaces de la estructura humana, tampoco en el uso intrépido de potentes fármacos y tóxicos. Desde los laboratorios y la investigación clínica se multiplicó lo que ninguna mente sola podía hacer frente a ellos, tal fue el caso de las revisiones abundantemente documentadas [...]”

  El médico, en definitiva, lo que reivindicaba era ayuda económica, pero naturalmente se adentró en un terreno espinoso, pues por aquellos lares era mucho más fácil venir a cobrar que ir a pagar y los deudores entraban en un círculo vicioso del que no escapaba nadie. Doctor X sufría por no poder atender a sus pacientes merecidamente, con los medios imprescindibles, ni durante ni después de las revueltas que dejaron a millones de micro habitantes huérfanos y lo que es peor, los suministros llegaban con un increíble retraso desde los almacenes centrales del país de Nunca Me Pidas Nada. La polémica estaba desde luego servida, y mucho más cuando el dilema se extendió a los círculos de No Cuentes Conmigo, país vecino fronterizo que no estaba por la labor de cooperar e intentaba echar por tierra la buena fama de las minúsculas empresas del grupo No Me Toques Los Cojones.
  Lo que nunca tuvo claro Doctor X es el hecho de que él mismo era un intransiegocéntrico y sólo en la gloriosa academia médica gozaría de la admiración que su celo impulsara. Su nombre figuraría en los reconocimientos de causas conseguidas, de dineros públicos, financiaciones y entidades de Nunca Me Pidas Nada, No Me Toques Los Cojones y Superyo. El logro de sus éxitos dependía de sus intenciones. Ni más ni menos. Doctor X perseguía una medalla, a ser posible de oro, aspiraba a conseguir una condecoración. Doctor X se había acostumbrado a que sus estudios de postgrado ocuparan una posición dominante, también durante la guerra y a que fueran un reflejo de la complejidad de la ciencia médica, él lo sabía y por este motivo se sentía orgulloso de sí mismo. En algunos de los sectores que frecuentaba con asiduidad, tanto el familiar como el amistoso, fue creciendo el reconocimiento de su valor, hasta el punto de convertirse en el ejemplo de una rara tipología de la persona, el del filósofo-médico que en medio de la algarabía de tecnólogos, sociólogos, economistas y políticos iba encontrando su lugar en la ciudadanía. Porque aún siendo eficientes las normas de la medicina moderna, estas subdividían sus funciones en el tejido de destino, que todavía requería de un oráculo.

Conoce al autor

Carmen Cayetana Castro Moreno

Es doctora y profesora de Filología Alemana en la Universidad de Sevilla. Su línea de investigación se centra principalmente en el estudio de la lexicología y sintaxis alemana aplicada a la traducción desde un punto de vista contrastivo. De ello se derivan sus estudios en torno al léxico, a los procesos de formación de palabras y, especialmente, a la didáctica derivada de los procesos de doble codificación de la lengua. Asimismo su campo de estudio incluye la traducción especializada y profesional (jurídica, científica, técnica y económica). Estos estudios están dirigidos principalmente a estudiantes hispanohablantes de nuestras universidades e instituciones de enseñanza secundaria, entre las que se incluyen aquellas de régimen especial, que quieren iniciarse en el aprendizaje de la lengua alemana, así como a estudiantes nativos alemanes, que se inician en el aprendizaje de la lengua castellana. Sus hobbies son soñar y escribir lo que sueña.

Un amor irrefrenable que llevará al corazón de Silvania a límites insospechados

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Roberto Glis Martín el día 18-08-2015
Igualmente, felicitar a la autora por su fluidez y hondura. Abrazos
Raquel López el día 18-08-2015
Ya lo leí. Impresionante, muy bueno, me ha encantado. Enhorabuena a la autora

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